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TOUR GASTRONÓMICO MANQ’A: SABORES QUE CUENTAN HISTORIAS

  • Tour gastronómico por El Alto: cuatro escuelas Manq’a, cuatro estaciones que representan la riqueza gastronómica ancestral.

El pasado 11 de julio, la ciudad de El Alto se convirtió en un escenario de un viaje distinto. No hubo vuelos ni trenes. Solo cuatro buses, llenos de expectativa y curiosidad, que partieron desde la estación del teleférico morado, llevando a sus pasajeros no a destinos turísticos, sino a espacios donde la gastronomía boliviana cuenta su historia con sabor, tierra y juventud.

El tour gastronómico Manq’a fue más que un recorrido de degustación. Fue una experiencia diseñada para descubrir —o redescubrir— la potencia cultural de nuestros ingredientes, el valor simbólico de la papa y la oca, y la creatividad de jóvenes que cocinan desde el orgullo de una herencia culinaria milenaria.

Primera parada: redescubriendo nuestras herencias

En cuanto se bajaron del bus, los visitantes supieron que no estaban en una escuela cualquiera. Jóvenes de la escuela Manq’a Franz Tamayo esperaban con una deliciosa huatia, una técnica prehispánica que consiste en cocinar la papa bajo tierra, entre piedras calientes. El humo, el silencio, el respeto con que se armaba el horno andino, todo invitaba a detenerse.

Los visitantes observaron con atención cómo cada papa era colocada y cubierta con tierra. Mientras el fuego hacía su trabajo, mientras otros jóvenes elaboraban queso artesanal, e invitaban a participar a los expectadores, exponiendo paso a paso cómo transformar la leche fresca en una pieza suave, compacta y sabrosa.

El menú fue sencillo, - nada más, nada menos- porque cuando el sabor viene de la tierra, no hace falta disfrazarlo.

Una visitante comentó en voz baja: “Mi abuela hacía huatia en el campo, pero no veía algo así desde que era niña”. Fue ese tipo de reencuentro el que marcó esta parada: una memoria colectiva que se activa a través del aroma.

Segunda parada: saberes ancestrales

Jóvenes de Manq’a Villa Adela habían transformado su espacio en un museo viviente de la papa nativa. En largas mesas decoradas con telas andinas, decenas de variedades eran presentadas con nombres propios: q’oyllu, phureja, imilla negra, waych’a… cada una con forma y textura únicas, cada una con una historia de origen.

“Queremos mostrar que Bolivia tiene más de 1.500 variedades de papa, pero en el mercado solo se ven tres o cuatro”, explicaba una estudiante mientras señalaba con orgullo las piezas expuestas. Entre infografías y relatos, la papa se convirtió en símbolo de resistencia, biodiversidad y cultura. Un alimento humilde, sí, pero con la fuerza de siglos.

Los sabores también dijeron presente. En esta parada, los asistentes probaron un menú de dos tiempos que combinaba ingredientes originarios con técnicas cuidadosamente desarrolladas. El equilibrio entre lo tradicional y lo contemporáneo marcó el tono del recorrido.

Tercera parada: al ritmo del sabor

La llegada a la tercera escuela fue una celebración. Al ritmo de tarkas y zampoñas, participantes de la escuela recibieron a los visitantes con una puesta en escena que recreaba la cosecha de la papa. Vestidos con trajes típicos y portando herramientas de labranza, representaron el momento sagrado en que la tierra entrega su fruto.

La emoción fue inmediata. No se trataba solo de una muestra folclórica, sino de una manera de revivir el vínculo entre comunidad, tierra y alimento. En medio de la danza, la alegría de los jóvenes era contagiosa. Y su cocina, igual de expresiva con una fusión inesperada que sorprendió a más de un paladar.

“Cosechar también es cocinar. Porque cuando sembramos, ya estamos pensando en cómo vamos a compartir lo que crezca”, dijo uno de los participantes, sintetizando una filosofía que atraviesa la gastronomía ancestral.

Ultima parada: Un mensaje esperanzador

La última parada del tour trajo un giro inesperado. En Manq’a Villa Esperanza, la cocina fue vanguardia. Lo ancestral se expresó en nuevas formas: decoraciones minimalistas y platos presentados como piezas de arte. Pero la raíz seguía siendo la misma: productos andinos, técnicas cuidadas y respeto profundo por los ingredientes.

Un participante explicó: “Nos han enseñado que innovar no es negar el pasado, es llevarlo más lejos”. Y eso fue lo que hicieron. La estética y el sabor se abrazaban con elegancia.

Villa Esperanza cerró el tour con un mensaje potente: lo boliviano no solo puede competir en el mundo, puede marcar tendencia.

Un viaje que dejó huella

Durante las más de cinco horas que duró el recorrido, los asistentes vivieron una experiencia sensorial, cultural y emocional. Cada parada ofreció un enfoque distinto, pero todos tenían algo en común: jóvenes que creen en su territorio, en sus ingredientes, y en el poder transformador de la cocina.

En medio del frío altiplánico, el calor humano fue protagonista. Las sonrisas, la hospitalidad, los gestos cuidados en cada plato hablaron tanto como los ingredientes.

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